BASKETBALL FIBA

martes, 26 de febrero del 2019
La noche que clasificamos al Mundial
Todo conspiraba en su contra: lesiones, deserciones a última hora, poca fe de la fanaticada. Y aun así, el orgullo por la patria logró lo que hace unos meses parecía imposible. El escenario estaba listo. La llamada "Catedral" del baloncesto puertorriqueño, la casa donde la entrada principal se engalana con un retrato de nuestros grandes representantes internacionales: Piculín, Fico, Quijote, Ayuso, Arroyo y Barea, bajo la mirada del eterno Tuto.

El recinto lleno a capacidad. La fanaticada ansiosa, desesperada por el comienzo del partido. En las gradas, todos comentando, dando su opinión de lo que el técnico debía hacer, de quién debía empezar, de quién defendería a Batista. Un libreto Hollywoodense, con el niño de Trastalleres entonando la Borinqueña, la monoestrellada colgando enormemente sobre el tabloncillo.

Y comenzó el partido, el que definiría el equipo que iría a Oriente. Un primer cuarto errático para los de la casa. Apenas 9 tantos consiguieron, terminando abajo por 10 en ese primer segmento. La ansiedad y el pesimismo apoderándose de los fanáticos cercanos a mí. "Tranquilo, esto está empezando, deja que boten el golpe" le dije al parroquiano sentado a mi izquierda, que me miró con cara de desconfianza.

Y así fue. Los nuestros comenzaron a descontar la ventaja uruguaya, hasta que nos fuimos al frente. Se presagiaba buen desenlace para los boricuas, cuando en el intermedio entre el primero y segundo cuarto, y luego, en el medio tiempo, jóvenes seleccionados del público para participar de las promociones comerciales, encestaron lances a gran distancia, resultando ganadores de premios.

Hay que destacar la labor de Ricky Sánchez, que si bien es cierto que apenas hizo intentos al canasto, se fajó en defensa, hizo cortinas y mantuvo la calma de los que estaban ansiosos. El veterano Carlos Rivera también entró a poner orden en un momento en el que los muchachos se desesperaban ante la asfixiante defensa suramericana. Y anotó importantes canastos.

El partido se mantuvo cerrado todo el tiempo, razón por la cual la fanaticada no paraba de rezar e implorar al Dios de su preferencia. Los uruguayos no se quitaban, y aun cuando Esteban Batista lucía lastimado de la ingle, parecía imparable. Entonces apareció la figura de Yao López, que para muchos fue incluido sorpresivamente en el seleccionado. No solo se fajó en defensa y agarró rebotes importantes, sino que hizo muy bien el pick and roll, siendo premiado para anotar sus puntitos. El soberano reconoció su trabajo cuando fue a la banca.

Y llegó el último cuarto, el que le sube la presión al más tranquilo. Uruguay apretó en defensa, y los de la casa se relajaron. Cortes de balón, guiritas y bombazos acercaron a los visitantes, y por un momento parecía que los que se montaban en el avión para China eran los de Uruguay. Pero entonces aparecieron los de la nueva camada, Brown y Gian Clavel. Este último, faltando menos de un minuto, a sangre fría, disparó desde la bomba, con la hermosa bandera de Puerto Rico de fondo, encestando el canasto que nos aseguraría un viaje al otro lado del hemisferio.

La ansiedad y la desesperación nos atacó nuevamente, cuando Uruguay coló un triple que los acercó. Pero entonces apareció John Holland, el que nos ha rechazado en ocasiones anteriores, quien, con el marcador arriba por 3, atinó el primero de dos lances libres, para poner el partido en caja de seguridad. El segundo lo falló, lo que provocó que el reloj marcara ceros, expirando así la agonía de un país abatido por múltiples problemas, pero que por una noche se unió en uno solo, un solo Puerto Rico.

La alegría era inmensa. Ver a jugadores como Ramón Clemente, que no nació en Boriqnuen, arroparse con la bandera de Puerto Rico como un tesoro preciado es impresionante. La entrega de esos muchachos, el orgullo patrio, la verguenza deportiva desplegada. Hay que reconocer el trabajo de Eddie Casiano y su staff, que a pesar de los pesares, siempre reiteró su confianza en sus guerreros. A pesar de no contar con los "caballos" pudo clasificar a su equipo en contra de todo pronóstico.

Porque como dice el refrán, no son los nombres, son los hombres, y los juegos se ganan en la cancha. Estoy, al igual que la inmensa mayoría de nuestro país, orgulloso y agradecido de lo alcanzado. Y sí, sé que el torneo mundialista será difícil para nosotros. Pero las estructuras se empiezan por los cimientos, no por el techo. Y aquí ya hicimos la zapata. Vamos a bregar ahora con las varillas y las paredes, que eventualmente llegaremos al techo.

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